Música de fondo: Stars Collide (instrumental version), de Josh Woodward.
miércoles, 16 de abril de 2014
Punto de rocío VII. El niño que ya no soy, de Gabriel Celaya
Música de fondo: Stars Collide (instrumental version), de Josh Woodward.
lunes, 14 de abril de 2014
Boira VI. Pieter Brueghel o La conquista del detalle
Me recuerda a las pesadillas. Y a los libros de duendes.
Esas figuras generalmente estilizadas, de codos imposibles, de músculos flácidos y esqueléticamente flexibles. Un puñado de peces en la tierra, de reptiles cuyos anos aparecen marcados con detalle, piedras, árboles sin hojas, caras no identificables. Así he visto siempre a Brueghel. Hasta El Suicidio de Saúl.
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| El suicidio de Saúl. Brueghel |
Este cuadro habla del suicidio de un rey. Es ese que aparece en la esquina inferior izquierda, repleto de sangre, agonizante. Es increíble. La escena más importante, la que define el sentido del cuadro, es justo esa pequeña combinación de dos cadáveres sobre una roca. Y sin embargo, Brueghel pinta todo lo demás. Porque todo lo demás es necesario para entender esa esquina del cuadro. ¿Cuánto más pinta? ¿Cien, trescientas, mil cabezas de soldados armados? ¿Cuántas lanzas? Más que en la Breda cercana a su ciudad natal, seguro. Todo un lienzo, toda una elaborada maquinaria artística, para sostener y rodear a esos milímetros de tela protagonistas. Con lo fácil que habría sido dibujar tan solo a un hombre escupiendo sangre. Pero no. Brueghel pinta, además, una batalla. Cueste lo que cueste.
En la lápida de Brueghel no aparece su año de nacimiento porque nadie lo sabe. Puede estimarse, a partir de las referencias que sitúan su muerte en una edad joven, o en función del año en que entró en una academia de pintores, que solía ser al comienzo de la veintena. Y debe ser que un pintor sin fecha de nacimiento se vuelve loco. Y meticuloso. Y todo el hieratismo con todo el movimiento. Y naranja y negro. Y expresiones incluidas en la naturaleza y personajes de distintos tamaños. Tal es el caso de La loca Meg.
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| Dulle Griet o La loca Meg. Brueghel |
Sería injusto decir que es un cuadro que recuerda al Bosco, porque ambos pertenecen, junto con Rubens y Eyck, al cuarteto de lienzo por excelencia de la pintura flamenca. Pero creo que es perdonable decir que me recuerdan a Dante. Y a sus círculos. Y a la insistencia y recurrencia en el pecado, la vida y la muerte.
¿Qué ojos pueden contener a Brueghel con una sola mirada? ¿Cómo puede abarcarse? No hay abrazo visual que pueda acumular toda esa tinta y esa acuarela. ¿Quién sería capaz de dibujarlo de memoria? Nadie. Las señoritas de Avignon son siempre cinco y se incrustan en el quiasma, pero ninguna de Brueghel, ni hasta las más sencillas de campesinos o de Jauja, donde un cerdo apuñalado representa la gula o una cáscara de huevo con patas es Satán, pueden retenerse. Parece que al mirarlo otra vez el cuadro cambia. Como si sus figuras se hubiesen paseado vivas por entre las hebras del lienzo, saltando de poro a poro cual delfines sintéticos, para burla del espectador. Desapareciendo, mostrándose, matando. Estoy segura de que cada figura de sus cuadros, ríe, canta y baila.
Se podría decir que fue los orígenes de Buscando a Wally. Es decir, de la muchedumbre y del gentío con salpicaduras concretas de sarcasmo y crítica. Un ejemplo es El triunfo de la Muerte. Otra vez el color ocre, y las llanuras de tierras inhabitadas y estériles. Otra vez los troncos viejos, su madera como pellejo de ancianos. Y otra vez el bulto. El todo concentrado. Como si el pintor se diese cuenta de que todo el universo debe caber en sus centímetros, y los condensase, casi unidos unos a otros. Como si no existiese más espacio en el mundo que su cuadro. Por eso a Bruguel no le hacen falta las comas ni los paréntesis. La disposición de sus personajes son su ortografía.
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| El triunfo de la muerte. Brueghel |
¿Podéis encontrar una Muerte decapitando? ¿Una guadaña? ¿Un perro olisqueando un cadáver? ¿Un bufón escondiéndose? Este es el juego de encontrar personajes al que me refería. Solo que aquí nadie viste un suéter de rayas. Todo lo que hay es náusea.
Pero mirad por un momento la esquina inferior derecha. Una pareja se dedica
versos y suspiros, absorta a la matanza que sucede a su alrededor. Son dos enamorados. Nada les importa
del mundo más que la nuez en la garganta del otro. En plena guerra, en pleno apotéosico final del mundo, donde uno debe imaginar gritos desagarrados y olor a bayoneta y sangre, hay allí, tranquilos, apartados, dos amantes. Solo ellos pueden soñar
mientras el resto fallece. No es esperanza. Es ignorancia. Y de nuevo,
como con Saúl, el sentido completo del cuadro lo da esa escena, solo esa escena de dos seres amándose, rodeados
de todo lo anterior. Nadie podría entender que el flamenco criticaba la falta de conciencia sobre el dolor si no hubiese rodeado a esa pareja de toda esa miseria. Efectivamente, Brueghel no dibuja en vano: contextualiza.
Pero, ¿haría falta tanto? ¿Tanto contexto, tanto detalle? Hasta Brueghel la pintura era muy macroscópica. Grandes palacios, pocos personajes, motivos explícitos y claros, bodegones, paisajes. Pero llega él y llena el cuadro de materias. Narra, ¡escribe y describe! Con él llega lo microscópico. Las intenciones, interacciones, la mirada que debe recorrer con paciencia su obra. Nos sobran en este punto los nistagmos.
Pero lleguemos. Lleguemos por fin a mi favorito. A Ícaro.
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| Paisaje con la caída de Ícaro. Brueghel |
Un paisaje corriente. Un campesino cualquiera azuzando a su caballo. Algunos barcos faenando, o volviendo de viaje. Árboles, rocas, olas. Pero allí, en un punto concreto del cuadro, alguien se ahoga. Casi le entra a uno a bocanadas el sabor a sal apelotonado en la glotis cuando lo advierte. Son esas dos piernas junto al barco más grande, que nos indican que Ícaro muere. Que ha caído, fruto de su impaciencia con sus alas de cera, y que agoniza ahora en la costa de un pueblo anónimo.
Es a este Brueghel al que me refiero. Uno que esconde. Que espera encontrarse con un espectador inteligente y atento. Uno que sin duda, conquistó el detalle.
Es a este Brueghel al que me refiero. Uno que esconde. Que espera encontrarse con un espectador inteligente y atento. Uno que sin duda, conquistó el detalle.
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