martes, 7 de enero de 2014

Boira II. El superviviente de Magritte o Cuando la sombra es roja


Madrid, año 2009. Un día entre febrero y mayo.

Los carteles colgantes de las farolas anuncian una exposición que me llama la atención: el tratamiento de la sombra a lo largo de la pintura universal. Es de esas veces en que la temática me resulta atractiva por lo sugerente, lo etéreo, por lo acumulativa. Y me pregunto qué obras habrán sido seleccionadas, y bajo qué motivos. La evolución del revés de los egos, de esa que se pega a los zapatos de Peter Pan, dejaba su papel secundario para ser protagonista. ¿Qué tendrá que decir un charco negro sin rasgos?

Veo que la colección de sombras se alberga entre el Thyssen y la Fundación Caja Madrid. Puf. Pienso que resulta algo incómodo trasladarse de un edificio a otro para disfrutar de la exposición completa, pero en el trayecto entre ambos el olor de metro mezclado con el olor a croissant de la cafetería balear en el centro peninsular, sirve de compañía a los pasos del visitante. Y eso basta.

El recorrido temporal de la colección es amplio. Abarca desde la invención de la pintura al cine. Y es curioso. Resulta que la sombra tuvo tal relevancia en aportar realismo a las obras, que su uso se considera como el verdadero inicio del arte del dibujo. Como si hasta entonces el hombre hubiese vivido en una representación de las cavernas, donde a ningún bisonte ni a ningún ciervo se les añadía su masa negra doblada a modo de reflejo, y fuese a partir del momento en el que el hombre incluye en su proyecto pictórico a las sombras, cuando comenzase el despertar de la humanidad

Hasta entonces, todo era mentira. La sombra, que no es más que un bulto negro inseparable de los cuerpos iluminados, tiene el poder de la verdad. De la veosimilitud. De expresar que allí, en ese momento pintado, había luz. Y que había un cuerpo que la proyectaba sobre alguna superficie. Y que el autor de todo aquello dedicó un momento al menos a programar cómo se doblaría ese cuerpo negro si hubiese una esquina, o si fuesen las siete en vez de las doce, o si dos luces duplicasen su forma. La sombra por tanto es el pasaporte de los trazos para volver de los mundos oníricos a la realidad. 

1. Realidad
2. Autor que la observa
3. Imaginación del autor
4. Mundo onírico sobre lienzo
5. Sombra 
6. Representación fiel de la realidad

En resumen: sin sombra, no hay verdad. Delvaux, Picasso, Alfonso Ponce, Benoît Sube... participan en este camino evolutivo hacia la realidad. Pero entre todos, entre el impresionismo y el barroco, el expresionista y el moderno, hay un cuadro que me sucumbe.

Si hablo hoy de esta exposición, es porque durante bastantes meses estuve prendada de él. Como quien  cruza miradas con un extraño y le busca desde entonces en cualquier autobús y en la misma esquina, y sueña o fantasea con él. Lo recordaba, lo calcaba al milímetro, sin encontrarle título ni año ni colección. Dos cosas sabía seguras: el cuadro se había expuesto en Caja Madrid, estaba solo vistiendo a la pared blanca, recordaba que cerca de él había escaleras o algún claustro. Y los trazos solo me sabían a Magritte, no podía ser nadie más que él. 

Una búsqueda en internet no me daba más información. ¿Cómo buscar el recuerdo de un cuadro? Ni en el museo belga dedicado al autor, ni en las instituciones que habían albergado la exposición. El catálogo solo se vendía en la tienda, y no siendo una de sus obras más célebres, tampoco lo encontraba en libros biográficos. Nada. Así que escribí al Thyssen, como aficionada en apuros, y les describí el cuadro. "Recuerdo un rifle apoyado en la pared, que es de papel pintado. El suelo lo recuerdo viejo, quizá de parquet. El rifle se muestra de perfil, en silencio. Hay un charco de sangre."

Y el Thyssen, al día siguiente, responde. "Seguramente usted habla de "El superviviente", de 1950, que se encuentra en la Menil Collection de Houston". Eureka. El bautizo se produce. En efecto, he ahí mi cuadro. Junto a este hallazgo, otro más: un catálogo completo de todas las obras expuestas entonces, que puede encontrarse en los archivos de su web. Y ahí está él:

El superviviente. René Magritte. 1950
¿Cómo saber ahora cuál es la sombra? ¿Es aquella que destila plaquetas, sobre el suelo? ¿O tal vez la otra, negra, pegada a la pared? ¿Qué esclavitud mayor que nacer sombra, qué escalofrío peor que adivinar el gatillo? ¿No notáis la sensación seca de la sangre enmaderada? ¿No notáis la humedad de la sombra de papel? Ni una sola astilla reclama protagonismo. Ni un solo descorcho asola la habitación. Dan ganas de asomarse a izquierda y derecha del cuadro, por ver qué más muebles presencian esa estancia, qué luz antigua invade ese cuartel (cuartel no es más que la alianza entre cuarto y papel, un papel de sombra asesina). No puedo imaginar tresillos, ni alfombras, ni mesas. Todas me parecen cobardes e insuficientes. Todas -¡estoy segura, todas!- esconden entre sus virutas las partículas de azufre del disparo. Entre los tornillos de todas, también lo sé, cabalga aún la vibración de ese sonido. ¿Habrá cuerpos que Magritte haya preferido obviar? ¿Será dueño de esa sangre quien usó su índice?
"El disparo de gatillo 
es la perfecta acusación 
del asesino. 
Quien con su índice señala 
a la víctima mortal,
al tiempo de apretarlo
hacia sí lo dirige
para poderse acusar"

Pero no, no. La sombra no es la negra. Es la otra, la roja. Sombra de sangre, sangre que enoja. Peste de sangre que de vida despoja. Y no es sangre de otros. ¡Es sangre de rifle! Afuera los muertos y adiós matarifes. Una sombra roja metálica y obscena, tétrica y dura, funesta y criminal. La sangre acumulada a dentelladas viles de pánico bélico y de caza torcaz. Una mancha anónima, recogida a golpes de histeria. La sangre de las sangres y el sudor de la miseria.

Con este cuadro aprendí que la sombra era compañía, significado, verdad.
Y que su color no era siempre el negro.

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