sábado, 4 de enero de 2014

Boira I. Barjola o La violenta cintura de los toreros

Le vi por primera vez un domingo. Pasado el mediodía. 

Por entre las lentejuelas, se adivinaba la pelvis. Erguida, elegante, imponente. Una cintura de viento con forma de ancla para bailar de albero. Estaba él con sus verónicas, moreno de domingo, blanco de miedo. La sombra, sobre la arena, ¡quisiera convertirla en barro! Para dejar esculpida la lucha de dolor fiero y escuálido. Se oye el hilo de saliva tras el tablado vermello. Huele a sudor, a aplauso de abanico, a pezuña sucia y a capote negro. Todas las figuras bailan, todo él es movimiento. Una danza funesta y estúpida, porque hoy muere el torero.

Barjola nació en un pueblo sin plaza de toros. Y sin camerinos. La Torre de Miguel Sesmero es un conjunto de calles blancas, de muros bajos y de huertas fértiles. Entre sus adoquines extremeños debió jugar un muchacho infeliz que solo era feliz delante de un lienzo. Emigró pronto y fue un amante fácil. Se acostó con los caballos dentados de Picasso, con la tinta sórdida de Goya, con las esferas flotantes de Magritte y con las prolongadas barbas de El Greco. Se le puede echar en cara que dadadeó con todo ello. No dejan de aparecer lámparas con sobresalientes bombillas colgadas largamente del techo, cabezas de caballo desvertebradas hacia el cielo. Perros de ojos deformes. Cráneos, cuadros azules, esperpento. Pero no deja de ser cierto que su firma es original y auténtica. 

Suelo decir que un artista es tal en el momento en el que al situarnos enfrente de cualquiera de sus creaciones, sabemos que es suya. Porque una forma especial de hacer las líneas, de usar el color, de representar las figuras... nos vincula de inmediato a él. Sucede que a uno le cierran los ojos, se los abren frente a un Barjola, y lo reconoce. O el cuadro nos reconoce a nosotros y nos brinda su movimiento. Porque en él, todas las piernas son mangos de llaves inglesas. Hay líneas curvas de un trazo y muchedumbres que tensan. Ningún cuadro tiene silencio. Ni uno. Aunque en el gentío no se adivine nunca una cara completa, se oye que grita. Y aunque nos muestre un bodegón, se escucha la escarcha de la sandía recién partida. En los burdeles, el frufrú de las telas. Y en los ataúdes, una sosegada histeria.

El apellido materno expone láminas en el Ayuntamiento. Unas diez. Todas en blanco y negro, aunque se sabe de su uso expresionista del color. La peor parte es que para verle hay que subir unas escaleras y entrar en la sala de plenos. Y no deja de ser metafórico que la luz de la tarde proyecte unas rejas en la pared. Porque ese Barjola está encarcelado. Es gratis verle, sí. Pero el desierto de los Monegros también lo es y nadie detiene su coche en el arcén para correrlo. Y eso es triste. Nadie debería perderse arte, ni el arte mismo debería echarse a perder. Bajola fue un pintor del que no todos se enorgullecen: la intrahistoria en eso tiene su papel protagonista. Tanto, que donde se le mima es detrás de Arbeyal, allá donde Jovellanos.

Exposición Barjola en la sala de plenos del Ayto. de La Torre de Miguel Sesmero.
(Diciembre de 2013)
Al menos el Ayuntamiento ha reunido esfuerzos y ha hecho lo que buenamente ha podido. Y así un rinconcito de la comarca le contiene. Estoy convencida de que si uno se arrodilla en los huertos de al lado y coloca el oído sobre la tierra, escucha un latido más que antes.

"Tierrita de mis amores
que me sacaste de la entraña,
no me des tantos dolores
aunque te pese mi espalda"


Se acaban las Navidades y me pregunto si Barjola comía polvorones. Y yo creo que no. Que se atragantaba demasiado de vida como para comer de estepa.

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