Lila, naranja, amarillo, azul, gris y verde.
Una paleta de seis colores a pinceladas diminutas y nerviosas se convierte en el manto de cualquiera de los campos de L'Hermitage.
Lógico, el verde. Pero ¿lila naranja, amarillo, azul y gris?
Todos los colores para el campo.
Si uno hiciese una fotografía de cerca a una de las esquinas de un cuadro de Pissarro, y la proyectase, se pensaría sin duda que pertenece a Pollock. Tal era la abundancia de color. Con este francés, todas las combinaciones eran posibles, y los abrigos de las mujeres, manchas de púrpura, azul y rojo y blanco. Es el artista copulativo, el impresionista polícromo y el cronista campestre. Aquel que hizo de la tessela un arma para la pintura y una futura arma para los collages con fotos. Lo pequeño, constituía lo grande. Cada mancha unida a otra mancha hacían una mancha mayor que tenía forma y era reconocible. El puntillismo. El impresioniso. Pissarro descubrió el átomo en la pintura.
Los cuadros impresionistas se ven de cerca y de lejos. De lejos, para ver las formas. De cerca, para ver sus células. Por eso no es raro ver en el museo visitantes andando hacia atrás, chocándose con otros visitantes que, a sus espaldas, también caminaban hacia atrás para contemplar el suyo. Se oyen susurros "perdón, perdón", y sonrisas. Para ver bien esta exposición hay que hacer ejercicio. Ese día recomiendo no ir al gimnasio o saldrán agujetas.
Y, en fin, solo hay que acercarse. A uno cualquiera. Para descubrir las manchas. Se adivinan incluso los trazos, y así uno comprende la importancia de una línea recta para dirigir un brazo, lo esencial de tres manchas horizontales con abundante pintura para indicar movimiento y la curva rápida en color más intenso para, de lejos, adivinar el contorno de una pierna. Ya lo imaginaba, pero con cada cuadro confirmo cómo según dirijamos el pincel, así conferiremos vida. Ese mismo brazo de la señora que se entretiene en arrancar no se qué fruto del seto, podría estar hecho a base de círculos. Con rayotes. Pero no, un movimiento seco, que claramente se ve hecho hacia la izquierda (uno puede ver la mano del artista moviéndose solo con contemplar el cuadro), es el responsable de que apreciemos dinamismo. En resumen, cada cuadro es un estandarte de esfuerzo y tiempo. Si se contase el número de pinceladas de un cuadro de Pissarro, coincidiría seguramente con el número de hojas caídas en otoño en toda Francia.
A la entrada de la exposición que acoge el Caixa Fórum de Barcelona hasta el 26 de enero de 2014, hay una foto en blanco y negro de Camille. Qué curioso. Siempre me lo había imaginado calvo. O con poco pelo. Y bastante delgado. Y en cambio me encuentro una figura imponente, con larga barba espumosa (de esas que parecen espuma de cerveza, como si al tocarlas, fueran a desaparecer) y ojos despiertos, hundidos pero sonrientes. Sí, es una foto de madurez, está ya canoso, y sostiene su pincel con fuerte destreza. Lleva un chaquetón de paño. Y una bufanda. Ese era Camille.
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| Folleto y entrada de la exposición en el Caixa Fórum Barcelona |
Siempre he pensado que, como en biología, debe de haber pintores de bota y pintores de bata. Los de bota son aquellos que hacen trabajo de campo, suelen mancharse de tierra las manos y sufrir las inclemencias del clima. Los de bata son aquellos de taller y laboratorio, que la única climatología que reciben es la que transcurre a través de sus ventanales o las humedades de su techo. Camille era de los primeros. No puedo imaginar cuántas hormigas tuvieron el placer de surcar la montaña de sus zapatos.
De hecho, allá por el decimonónico, si uno cerraba los ojos para evocar las campiñas galas, debía sin duda incluir en ellas, entre las sombras de las acacias y la prolongada rivera de los ríos, la silueta de un caballete y su dueño. Pissarro pintaba al aire libre. Por eso iba siempre tan abrigado. Imagino que le debía costar transportar todos sus materiales hasta el punto idóneo, que seguramente se le acabarían cayendo cada dos por tres la maleta, la paleta o las pinturas. Alguna debió perder entre la paja o la hierba. Pero acabaría llegando. Con las manos en jarras, daría una vuelta sobre sí mismo, abocetando con la mirada su siguiente obra, y finalmente, de repente, como si un interruptor hubiese activado un resorte, colocaría su tabla y empezaría a vestirla de color. A Pissarro le apasionaban los cambios cromáticos que traen consigo los cambios de estaciones y las horas solares: un punto de obsesión rozaba el hecho de pintar el mismo paraje en dos momentos diferentes. Estoy convencida de que el sol se sintió dignificado y alabado durante todo el siglo XIX.
No obstante, tuvo que volver al interior. A ser pintor de bata. A mirar a través de sus ventanales. Una salud debilitada le llevó a hoteles y casas altas, para poder dibujar desde sus balconadas la crónica del día. Pissarro volvió a la ciudad. Y la pintó. Ajetreo, calles llovidas y mercados. Cómo debió ser su talento descriptivo, que una visitante francesa de la exposición le comenta a su amiga: "Tu vois, ainsi étaient les rues décrites pour ma arrière-grand-mère. On dirait que Pissarro m'a prêté ses yeux"
No obstante, tuvo que volver al interior. A ser pintor de bata. A mirar a través de sus ventanales. Una salud debilitada le llevó a hoteles y casas altas, para poder dibujar desde sus balconadas la crónica del día. Pissarro volvió a la ciudad. Y la pintó. Ajetreo, calles llovidas y mercados. Cómo debió ser su talento descriptivo, que una visitante francesa de la exposición le comenta a su amiga: "Tu vois, ainsi étaient les rues décrites pour ma arrière-grand-mère. On dirait que Pissarro m'a prêté ses yeux"
Durante la exposición hay algo que me recuerda al Thyssen. No sé si son los marcos de los cuadros, barrocos de madera. No sé si es la estructura por etapas, o la descripción de las mismas. No sé qué es, que algo me huele a Thyssen. Y pam. Al salir de la exposición, en los créditos, ahí está. El comisario de la exposición es el director artístico del museo madrileño. ¿Qué elegante destreza habrá tramado, que hablando Pissarro, susurraba Bornemisza? Al salir también, de nuevo esa foto en blanco y negro de Camille y su abrigo de paño. Y su larga barba blanca. Tan blanca, que me pregunto si alguna vez, al atusarla entre pincelada y pincelada, no
terminaría manchándosela, como una paleta.
Manchándosela de lila, naranja, amarillo, azul, gris o verde.

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